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Saturday, March 3, 2012

Descripción transdisciplinaria de la región del Caribe: algo más que una zona geográfica©

            El historiador Antonio Gaztambide-Geigel ha manifestado que la noción de una “región caribeña” fue inventada por los Estados Unidos a finales del siglo XIX, como resultado de su expansión militar y económica en esta área[1].  De otra parte, el intelectual y ex-presidente de la República Dominicana Juan Bosch, definió el Caribe como las islas antillanas que van en forma de cadena desde el canal de Yucatán hasta el golfo de Paria; la tierra continental de Venezuela, Colombia, Panamá y Costa Rica; la de Nicaragua, Honduras, Guatemala, Belice y Yucatán, y todas las islas, islotes, y cayos comprendidos dentro de esos límites.  En este sentido, la definición presentada por Bosch tenía un sentido más geográfico que socio cultural[2]. 
            En términos culturales asumo la descripción de esta región que hace el crítico literario, cultural y escritor de origen cubano Antonio Benítez Rojo[3] cuando señala que la región de la cuenca del Caribe, a pesar de comprender las primeras tierras de América en ser conquistadas y colonizadas por Europa, es todavía, una de las regiones menos conocidas del Continente. Los principales supuestos obstáculos que ha de vencer cualquier estudio global de las sociedades insulares y continentales que integran el Caribe son, precisamente, aquéllos que por lo general enumeran algunos/as científicos/as sociales para definir el área: su fragmentación, su inestabilidad, su aislamiento, su desarraigo, su complejidad cultural, su dispersa historiografía, su contingencia y su provisionalidad.
            Desde la perspectiva discursiva el mundo caribeño se compone de mensajes -“language games”, diría Lyotard basándose en los trabajos de Wittgeinstein- emitidos en cinco idiomas europeos (español, inglés, francés, holandés, portugués), sin contar los aborí-genes que, junto con los diferentes dialectos locales (surinamtongo, papiamento, créole, etc.) dificultan enormemente la comunicación de un extremo al otro del ámbito. En la versión de Benítez Rojo el Caribe se define a partir del hecho geográfico. Específicamente, el hecho de que las Antillas constituyen un puente de islas que conecta de “cierta manera”, es decir, de una manera asimétrica, Sudamérica con Norteamérica. Ese hecho geográfico le confiere a toda el área, incluso a sus focos continentales, un carácter de archipiélago, es decir, un conjunto discontinuo, un campo de observación muy a tono con los objetivos de Caos.   La noción de Caos que se utiliza para describir la región es la de la perspectiva científica.  Esto es, caos en el sentido de que dentro del desorden que bulle junto a lo que ya sabemos de la naturaleza es posible observar estados o regularidades dinámicas que se repiten globalmente.
            Dentro de la fluidez sociocultural que presenta el archipiélago Caribe, dentro de su turbulencia historiográfica y su mido etnológico y lingüístico, dentro de su generalizada inestabilidad de vértigo y huracán, pueden percibirse los contornos de una isla que se “repite” a sí misma, desplegándose y bifurcándose hasta alcanzar todos los mares y tierras del globo, a la vez que dibuja mapas multidisciplinares de insospechados diseños. Benítez Rojo destaca la palabra “repite” porque deseo darle el sentido un tanto paradójico con que suele aparecer en el discurso de Caos, donde toda repetición es una práctica que entraña necesariamente una diferencia y un paso hacia la nada (según el principio de entropía propuesto por la termodinámica en el siglo pasado), pero, en medio del cambio irreversible, la naturaleza puede producir una figura tan compleja e intensa como la que capta el ojo humano al mirar un estremecido colibrí bebiendo de una flor.
       De ahí que el Caribe no sea un archipiélago común, sino un meta-archipiélago y como tal tiene la virtud de carecer de límites y de centro.  Es posible defender la hipótesis de que sin las entregas de la matriz caribeña la  acumulación de capital en Occidente no hubiera bastado para, en poco más de un par de siglos, pasar de la llamada Revolución Mercantil a la Revolución Industrial. En realidad, la historia del Caribe es uno de los hilos principales de la historia del capitalismo mundial, y viceversa.
      El Caribe es el reino natural e impredecible de las corrientes marinas, de las ondas, de los pliegues y repliegues, de la fluidez y de la actuación. Pero actuación como la entiende Benítez Rojo, no sólo en términos de representación escénica, sino también de ejecución de un ritual.  En esa actuación se expresa el componente mítico y mágico de las civilizaciones que contribuyeron a la formación de la cultura caribeña.  Cuando se habla de génesis de la cultura del Caribe es posible hablar del resultado de una relación dialéctica entre el complejo sincretismo de las expresiones culturales caribeñas que surgió del choque de componentes europeos, africanos y asiáticos dentro de la economía de la Plantación y de la etnología presente en la relación de los componentes guturales de los subsuelos de todos los continentes que ciertamente han convergido a través de cientos de años en nuestra región.  Así que podrí decirse que el Caribe es sincretismo y tradición renovada y renovadora.
            Cuando la cultura de un pueblo conserva antiguas dinámicas como en el caso del Caribe, éstas se resisten a ser desplazadas por formas territorializadoras externas y se proponen coexistir con ellas a través de procesos sincréticos. Estos procesos son enriquecedores pues contribuyen a aumentar el juego de las diferencias. Y es que no hay ninguna forma cultural pura, ni siquiera las religiosas. La cultura es un discurso, un lenguaje, y como tal no tiene principio ni fin y siempre está en transformación, ya que busca constantemente la manera de significar lo que no alcanza a significar. Es verdad que, al ser comparado con otros discursos de importancia —el político, el económico, el social—, el discurso cultural es el que más se resiste al cambio. Su deseo intrínseco, puede decirse, es de conservación, puesto que está ligado al deseo ancestral de los grupos humanos de diferenciarse lo más posible unos de otros.
            De ahí que podamos hablar de formas culturales más o menos regionales, nacionales, sub-continentales y aun continentales. Pero esto en modo alguno niega la heterogeneidad de tales formas. En el caso del Caribe, es fácil ver que lo que llamamos cultura tradicional se refiere a una interrelación de significantes súper sincréticos cuyos “centros” principales se localizan en la Europa preindustrial, en el subsuelo aborigen, en las regiones sub-saharianas de Africa y en ciertas zonas insulares y costeras del Asia meridional.  Puede decirse que, en el Caribe, lo “extranjero” interactúa con lo “tradicional”.
           
En cuanto a una definición del Caribe desde una perspectiva económica[4], hay que ubicar dicha perspectiva en el contexto de las transformaciones económicas del sistema internacional.  Estas transformaciones remiten a tres procesos básicos: a) la globalización financiera (con la transnacionalización de la inversión y el flujo transnacional de capitales); b) la revolución tecnológica de la informática que la posibilita y acompaña; y c) la reestructuración productiva a escala mundial ilustrada por la transición desde el modelo fordista/taylorista al más flexible y transnacionalizable modelo toyotista o postfordista, articulados al crecimiento del comercio internacional, la globalización, asimismo, asume dimensiones sociopolíticas (con el redimensionamiento del estado que impone el que se le dé prioridad a la dinámica del mercado, al impulso global a la homogeneización política a través de la promoción de la democracia occidental asociada a ella y al desarrollo de la sociedad civil y su creciente transnacionalización); comunicacionales (con la trasnacionalización comunicativa a través de los diversos medios tecnológicos que abre la revolución informática y la difusión global de valores y mensajes) y culturales (con la promoción homogeneizadora de los valores del consumismo occidental a costa de las expresiones de identidad y los valores locales).
            Bajo la presión de las transformaciones estructurales del sistema económico internacional, el estado-nación se ve forzado a adecuarse a novedosas condiciones para promover una inserción competitiva en el marco de una nueva división internacional del trabajo, a partir de las transformaciones productivas en curso, impulsando programas de ajuste estructural, particularmente en los países periféricos que no están involucrados en la dinámica central de estas transformaciones.
            El proceso de globalización da lugar asimismo a una multiplicación y diversificación de actores a escala internacional (incluyendo la tan debatida actualmente configuración de una sociedad civil global) que entran en interacción e inciden sobre el desempeño no sólo de los estado-nación, y más específicamente de los gobiernos que los representan, sino también sobre el desempeño de organizaciones intergubernamentales, corporaciones y bancos transnacionales, y diversas redes y organizaciones no-gubernamentales.
            A su vez, las transformaciones estructurales del sistema económico internacional en el marco del proceso de globalización, afectan de manera muy particular a las economías y sociedades de la llamada cuenca del Caribe.  Dada esa particularidad es necesario afirmar que existe una marcada heterogeneidad en el tamaño, el desarrollo y las potencialidades económicas de las diversas sociedades caribeñas.  En este sentido, es de observar que, en líneas generales, como reacción, entre otros elementos, a la crisis de la deuda en la década de los ochenta y a las presiones globales, en distinta medida, la mayor parte de los países de la región optó por impulsar nuevas estrategias de desarrollo.
            Estas estrategias, en reemplazo de la "sustitución de importaciones" privilegiada en etapas anteriores con una activa intervención del estado, se apoyaron en la promoción de exportaciones, su diversificación, y la búsqueda consecuente del incremento en la competitividad en el sistema económico internacional en el marco de programas de ajuste y reestructuración económica. Estos programas buscaron reducir el papel sobredimensionado del estado en la economía y estimular y atraer las inversiones privadas en el área productiva.
            En el contexto de las economías del llamado “Gran Caribe” que, más allá del tamaño y de las potencialidades económicas respectivas, se han caracterizado básicamente por la explotación de recursos naturales, la producción agrícola y la elaboración de productos semi-manufacturados de poco valor agregado en el marco de una limitada diversificación.  Los nuevos desafíos impuestos por la globalización financiera, la revolución tecnológica y la reestructuración productiva global generaron una serie particular de transformaciones asociadas al proceso de ajuste estructural.
            Por un lado, como respuestas a los procesos de globalización económica, implicaron una manifiesta reducción y redefinición de las funciones tradicionales de un estado sobredimensionado y apuntalado tradicionalmente en el clientelismo y los acuerdos populistas, en particular en el Caribe insular y continental9, a través de la reducción del gasto público, la privatización, la desregulación y la eventual apertura y liberalización económica, a la par del impulso de políticas macroeconómicas (fiscales, monetarias) cónsonas con la necesidad de proyectar una imagen de reforma y de estabilidad económica y un ámbito atractivo para la llegada de capital y tecnología extranjera en función de promover la diversificación de exportaciones y la capacidad competitiva respectiva.
            Sin embargo, este proceso implicó una serie de consecuencias específicas. En primer lugar, para atraer inversiones extranjeras el estado requirió del desarrollo de condiciones fiscales, de infraestructura, de capacitación y laborales particulares (puestas de manifiesto en particular en las zonas industriales francas de República Dominicana, Jamaica y Puerto Rico. 
En segundo lugar, que el estado, en este contexto, se convirtiera en un efectivo (y eficaz) interlocutor de las corporaciones transnacionales que pudieran estar interesadas en invertir en el país.
En tercer lugar, que el estado creara las condiciones asimismo para el impulso y el desarrollo del sector privado local, generando su reciclaje de la producción en el reducido ámbito doméstico a la exportación competitiva en el ámbito internacional. Y finalmente, en cuarto lugar, en el ámbito sociopolítico, que el estado, en el marco del ajuste estructural y de la búsqueda de socios transnacionales, diluyera los contratos sociales y políticos existentes, tanto en términos de su capacidad distributiva a través de políticas sociales como en función de su capacidad reguladora de las relaciones laborales, con costos sociales y políticos significativos.
            Es significativo en este sentido que, a pesar de los efectos positivos de las zonas industriales francas en términos del crecimiento económico, las inversiones atraídas por los bajos costos laborales y los desgravámenes fiscales, básicamente dieron lugar al asentamiento de industrias de ensamblaje, con reducidos requerimientos de mano de obra calificada (de allí los efectos sobre el reclutamiento de fuerza laboral femenina y los desequilibrios de género causados en la misma), en una fase del desarrollo del proceso de reestructuración productiva global con crecientes requerimientos de tecnología avanzada y mano de obra calificada, y de la dinámica del comercio mundial crecientemente centrada en el intercambio de manufacturas de alto valor agregado y de servicios.
            Por otra parte, en función de los procesos de regionalización en el ámbito de los países industrializados y de las eventuales amenazas proteccionistas, estas transformaciones dieron lugar a la búsqueda de la ampliación de espacios económicos regionales como alternativa para el desarrollo de economías de escala, mercados ampliados y crecimiento del comercio externo a través del incremento del comercio intraregional, en función de evitar su marginalización del sistema económico internacional.
            En el caso de los pequeños países de la “cuenca del Caribe” en general y del Caribe no-hispánico insular en particular, este proceso adquirió una especial urgencia frente a la posibilidad de la desaparición o de transformación de los acuerdos preferenciales como la Iniciativa de la Cuenca del Caribe con Estados Unidos, el Acuerdo de Lomé con la Unión Europea, y el Programa CARIBCAN, con Canadá, y a la eventual ventaja competitiva de México con su incorporación al NAFTA (por sus siglas en inglés).
            La percepción de lo reducido de sus mercados domésticos y sub-regionales y el poco atractivo consecuente para las inversiones extranjeras reforzó este proceso, dando lugar a específicas recomendaciones de ampliación del espacio económico a través de acuerdos de libre comercio y de complementación económica. Como ilustración baste citar en el “Gran Caribe”, la reactivación de la integración centroamericana luego de la crisis regional de la década de los ochenta, y las recomendaciones de la “West Indian Comisión” a los países del Caribe de habla inglesa a principios de la década de los noventa.
            A la vez, con las diferencias de escala del caso, similares preocupaciones llevaron a la creación del “Grupo de los Tres” entre México, Colombia y Venezuela. La promoción de acuerdos de libre comercio conllevó a su vez la necesidad de promover políticas de estímulo para una activa participación de los respectivos sectores empresariales, en el marco del proceso de "nuevo regionalismo" antes citado.
            En este contexto, la culminación de este proceso regional se ha materializado en la creación, en 1994, de la “Asociación de Estados del Caribe” (AEC), con la inclusión de 25 estados y 12 territorios asociados de la región.
Sin embargo, bajo los efectos de las transformaciones globales, es evidente un manifiesto tránsito desde las visiones restringidas de la región en el marco de un discurso geopolítico, a concepciones más amplias, fuertemente signadas por la priorización de los intereses económicos y progresivamente, asimismo sociales, claramente ilustrados en una conceptualización del “Gran Caribe” que incluye a estados y territorios insulares, a estados centroamericanos y a los miembros del Grupo de los Tres.
            Al margen de la multiplicación de visiones y perspectivas de la región, lo que importa resaltar es en los últimos años aparece asimismo de manera relevante un imaginario social con un referente simbólico central -el debate acerca del regionalismo y de la integración regional, y los avances recientes de los mismos.  El regionalismo consiste fundamentalmente en una respuesta a los desafíos externos y domésticos que conllevan una respuesta colectiva, en términos de un proceso de "construcción de una comunidad regional".  Este proceso implica la identificación de valores compartidos, de propósitos comunes y de una identidad regional18. Esa identificación se puede articular en tres dimensiones. En primer lugar, en la medida que las sociedades de una determinada área geográfica tienen una experiencia histórica común y se encuentran enfrentados al mismo problema común. En el caso de la cuenca del Caribe, esta experiencia histórica común, si uno no quiere profundizar más allá de la historia del presente siglo, remite a su propia genealogía como unidad geopolítica y a la evolución de la dinámica regional consecuente, reforzada por las distintas percepciones regionales -etnohistoricas, económico-política- de su unidad.
            En segundo lugar, una dimensión que remite al desarrollo histórico de vínculos socio-culturales, políticos y/o económicos que los distinguen del resto del mundo. Y en este sentido, con los avatares coyunturales del caso y pese a lo limitado de algunos contactos históricos a través de la barreras culturales, lingüísticas y políticas que lo dividen y fragmentan, el Gran Caribe ha promovido diferentes formas de cooperación entre los estados, a través de diversas organizaciones multilaterales y de las distintos acuerdos de libre comercio y de cooperación económica impulsados en los últimos años, tal como la misma  Asociación de Estados del Caribe (AEC).
            En tercer y último lugar, una dimensión que refiere a la medida en que han desarrollado diversas organizaciones para manejar asuntos colectivos. Asimismo, en este sentido, si bien en una forma incipiente, la creación de la “Asociación de Estados del Caribe” responde cabalmente a esta dimensión, pese a no constituir en la actualidad "un actor político consolidado".  Sin embargo, el regionalismo implica ir más allá en el proceso de construcción de una comunidad regional a través del impulso a la integración y este proceso excede la acción de los estados a través de iniciativas intergubernamentales para apuntar a la construcción de una "comunidad social" de carácter regional, no sólo a través de la consolidación de un actor colectivo regional de carácter interestatal, sino también a través del desarrollo de mecanismos de participación en la toma de decisiones de los actores de la sociedad civil, y a través del desarrollo de un imaginario colectivo común que haga a una identidad regional inclusiva y no exclusiva. Este es el objetivo, a largo plazo, de la integración regional en función de la construcción de una comunidad de valores compartidos, objetivos comunes e identidad regional, en torno a las coincidencias geográficas que configura el Mar Caribe.

Autor: Héctor E. López Sierra, Ph.D.





[1] Antonio Gaztambide-Geigel “La Invención del Caribe en el Siglo XX como Problema Histórico y Metodológico”. Revista Mexicana del Caribe, 1, 1996, pp. 74-96.
[2] Para desarrollar esta sección consulte extensamente a Norman Girvan.  El gran Caribe.  http://www.acs-aec.org/SG/cliffordsealy_sp.htm.
[3] Antonio Benítez Rojo.  (1989 ).  La isla que se repite : el Caribe y la   
perspectiva posmoderna.  Hanover, N.H.: Ediciones del Norte,
[4] Par desarrollar la descripción socio-económica del Caribe consulté a Andrés Serbin.  “Impacto de la globalización en el Gran Caribe”.  Relaciones         
externas de América Latina y el Caribe.  Edición Nº 46, Abril-Junio 1996.

Pluralismo Religioso en Puerto Rico: Perspectiva Sociocultural©

¿Qué es eso que llamamos religión?
           
            El ejercicio de definir términos, conceptos y principios del conocimiento siempre ha tenido un carácter histórico y contingente. Lo que una definición significa está sujeto a los vaivenes del tiempo, de las culturas y las sociedades. Esto es lo que precisamente ha ocurrido con el concepto de religión.
           
            A partir del siglo XVIII con el surgimiento de las ciencias modernas la religión comienza a entenderse en círculos académicos como un fenómeno social que podía ser descrito y analizado sin necesidad de hacer referencia a las confesiones de fe ni a la teología clásica de la Iglesia Cristiana. El objetivo de esa ciencia era analizar y someter a escrutinio a las religiones, concibiéndolas como una dimensión de la dinámica humana en sociedad.  Una dimensión con sus peculiaridades, identidad y características específicas, pero a la misma vez un fenómeno que al igual que otros fenómenos no religiosos son construidos socialmente. 

El planteamiento anterior hace necesario que nos detengamos a analizar lo que en las ciencias de las religiones han sido denominadas como "religiones mundiales" y "religiones tradicionales", respectivamente.  La literatura sociológica y antropológica que desde finales del siglo XIX  ha discutido dicha categorización --como por ejemplo lo fueron los antropólogos E. B. Tylor y J. G. Frazer -- establece que las llamadas "religiones mundiales" se caracterizan por su "coherencia intelectual y rigor moral".  Por el contrario, concebían a las llamadas “religiones tradicionales” --denominadas por ellos como "primitivas"-- como una amalgama sincretizada de prácticas "mágicas" y de "tabúes" "fetichistas".  
Para ellos este tipo de religiones no poseía un sistema ético estructurado y sus doctrinas eran desarrolladas de manera "oportunista", de acuerdo a las necesidades inmediatas de quienes practicaban dicho tipo de religión.  Según estos estudiosos, las religiones tradicionales serían abandonadas paulatinamente, ya que la humanidad se dirigía a un desarrollo e iluminismo --evolución plantearon muchos-- intelectual y tecnológico que las haría dispensables. 
El sociólogo alemán Max Weber también aporta al debate sobre las diferencias conceptuales y de contenido de las categorías "religiones mundiales" y "religiones tradicionales".  Si bien es cierto que el sociólogo alemán declara que al usar el término "religiones mundiales" para referirse a aquellas religiones o sistemas religiosos que han reunido una multitud de creyentes a su alrededor, extiéndase Confucianismo, Hinduismo, Budismo, Cristianismo, Islam y Judaísmo, lo hace objetiva y “neutralmente”, no es menos cierto que a partir de su teoría sobre la naturaleza y relación de la magia, la religión y la ciencia, se puede apreciar que para éste la diferencia fundamental entre las llamadas religiones "tradicionales" y "mundiales" radicaba en la "superioridad racional" de las últimas.
Esto es, las "religiones tradicionales" llevan a cabo un acercamiento "reduccionista" a la realidad.  Por el contrario, se entiende que las "religiones mundiales" articulan respuestas abarcadoras e integrales a los problemas éticos, psicológicos e intelectuales de la existencia y la realidad humana.  Según este sociólogo el "tipo ideal" que representaba a las religiones tradicionales era el llamado "mago".  El rol que juega este personaje en las llamadas "religiones tradicionales" muestra claramente --según Weber-- la diferencia cultural entre ambas religiones.  El "mago" desarrolla una relación "mecanicista" e Ainstrumental@ con el ámbito de lo "espiritual" o "sobrenatural".  El "mago" es concebido como el representante de una religión “primitiva de masas”.  
Esta "religión de las masas" --también nombrada como "tradicional"-- se diferencia diametralmente de aquellas "religiones mundiales" que de manera "ética", "reflexiva", "sistemática" y "racional" se relacionan con la divinidad.  La principal diferencia radica en que las "religiones mundiales" buscan erradicar a través de una "racionalidad ascética asertiva" cualquier vestigio de irracionalidad, magia y misticismo enajenante.  
Por otro lado el sociólogo de la religión Christián Parker presenta una alternativa a la posición asumida por  E. B. Tylor, J. G. Frazer y Max Weber.  A diferencia de E. B. Tylor, J. G. Frazer y Weber y sus seguidores, Parker no categoriza a la religión como “mundial” o “tradicional, “primitiva” o “premoderna”.  Para él, la religión, y especialmente la practicada en América Latina y el Caribe, se manifiesta de manera histórica, plural y heterogénea.  Cualquier definición de la religión debe reconocer la particularidad y contingencia histórico-social de ésta.  Además, según el sociólogo chileno, la religión es un elemento constitutivo  de la cultura de los grupos “populares” y “subalternos” de la sociedad.  A la misma vez que hace esa aseveración aclara, que si bien existe una correspondencia entre religión de los sectores y grupos “populares” y  “subalternos”,  esa relación es dialéctica.  
La religión “popular” como expresión simbólico-religiosa y cultural, influencia y moldea a diversos grupos sociales --incluyendo las clases dominantes y hegemónicas-- en el caso de las clases “subalternas”, dada la estratificación socio-cultural, la intensidad, frecuencia  y el significado de la práctica religiosa esta marcada por la lógica y el razonamiento de una clase social que ha experimentado consecutivamente la explotación económica y la marginación social.  De ahí que conciba a las religiones “populares” latinoamericanas como religiones “semimodernas” en las que se encuentra de manera “híbrida” una combinación de características “premodernas, modernas y posmodernas”.  A la luz de lo expuesto anteriormente compartimos nuestro entendimiento lo que queremos decir por religión.  
La religión es un fenómeno experimentado por todas las comunidades humanas. Se manifiesta como un sistema socio cultural.  Denota un esquema históricamente transmitido de significaciones representadas y expresadas en símbolos a través de los cuales los seres humanos comunican  perpetúan y desarrollan su conocimiento y sus actitudes frente a la vida.  Los símbolos sagrados tienen la capacidad funcional de sintetizar el carácter, la moral y la visión de mundo de un pueblo.  
Las religiones tienen que ver con las relaciones entre los seres humanos y el ser último, la divinidad, Dios.  Se practica tanto a través de religiones institucionales oficiales como lo serían las diversas Iglesias Cristianas,  el Budismo, el Islam y el Hinduismo, como a través aquellas que manifiestan un grado de menor complejidad institucional como lo son las llamadas religiones “populares”.   
A través de la historia de la humanidad la religión ha jugado un papel crucial.  Se ha manifestado tanto de formas positivas como negativas. Por un lado, hemos sido testigos de cómo en nombre de la religión se han llevado a cabo guerras y masacres. Por el otro, el fenómeno religioso ha hecho una contribución valiosa a la humanidad.  Las artes, diversos procesos de liberación, la fundación de la Universidad son ejemplos de esas contribuciones positivas.  
           
Trasfondo histórico del pluralismo religioso en Puerto Rico
            La colonización y presencia de la Iglesia Católica Romana en Puerto Rico comienza a partir de 1508.  La empresa colonizadora española trajo consigo una misión evangelizadora y civilizadora que de inmediato estableció raíces profundas en todo el territorio de la recién conquistada Isla.  Los indígenas sobrevivientes fueron cristianizados.  En ese panorama el catolicismo tradicional ortodoxo y urbano y el “popular” y rural fue el la expresión dominante y casi única  en el campo religioso puertorriqueño.
La misión evangelizadora y civilizadora de la de la Iglesia Católica Romana perduraría por más de 400 años de dominio español en Puerto Rico.  La introducción de la esclavitud en la sociedad puertorriqueña agregó un elemento adicional al espacio religioso en Puerto Rico.  Los sistemas religiosos no institucionales de origen africano  traídos por los esclavos se amalgamaron con aquellas prácticas religiosas de los aborígenes que lograron sobrevivir en la Isla, con el catolicismo popular rural no institucionalizado y con el espiritismo científico de Alan Karedec el cual era practicado por algunos representantes de las elites intelectuales durante la segunda mitad del siglo 19.  Este amalgamamiento fue configurando y matizando, con el pasar del tiempo, la llamada religiosidad “popular” puertorriqueña.  
Las transformaciones económicas y políticas que estremecieron a América continente en la segunda mitad del siglo XIX, tuvieron un impacto decisivo en la transformación del mapa religioso puertorriqueño.  El contacto comercial con islas colonizadas por potencias europeas no católicas como Inglaterra y Dinamarca fueron decisivas pues fue el inicio de la introducción de prácticas religiosas relacionadas el protestantismo europeo y norteamericano.  El contacto con elementos protestantes y la celebración de ritos religiosos que se venían dando ya desde el siglo XVII fueron forjando hacia el último tercio del siglo XIX las primeras comunidades protestantes puertorriqueñas en un país predominantemente católico.
La primera iglesia no católica en establecerse en Puerto Rico fue la Iglesia Episcopal Santísima Trinidad.  En sus inicios, ésta tuvo una limitada misión en la ciudad de Ponce ya que no podía realizar ningún tipo de actividad proselitista, le estaba prohibido tocar campanas, el servicio religioso debía ser en idioma inglés, y al templo no se debía entrar por el frente.  Este se erigió en 1872 pocos años después de que se reconociera por la jerarquía católica romana el aumento de la población protestante en la Isla y se comenzara a hablar de libertad religiosa, y se dispusiera la construcción de cementerios para los protestantes y no bautizados.
Ya para 1897 se va cerrando --en vista de la invasión norteamericana a Puerto Rico--un capítulo de la historia de la presencia exclusiva de la Iglesia Católica  Romana en el Puerto Rico.  A partir del 25 de julio de 1898, se inicia un nuevo capítulo en el espacio religioso puertorriqueño.  Esto es, desde los albores del siglo XX en Puerto Rico se participará de un campo religioso plural.  A partir de la imposición de la modernidad norteamericana la estructura social y cultural de Puerto Rico volvió a ser la misma.  Este crecimiento tomará un giro decisivo a partir de la invasión estadounidense de 1898.  Luego de la invasión, las juntas misioneras de las principales denominaciones protestantes en los Estados Unidos, justificaron dividir la Isla en zonas de trabajo misionero a partir del argumento de que así se evitarían la duplicación de esfuerzos, los conflictos entre éstas y se podrí ofrecer un “mejor testimonio de unidad”.  Con la llegada del protestantismo misionero, los movimientos protestantes que se venían desarrollándose en Puerto Rico en los municipios de Ponce, Aguadilla y Vieques fueron absorbidos por éste.
La implantación, por decreto, de la separación de la iglesia y el estado, abrió la brecha para la proliferación de discursos religiosos que estuvieron matizados por una corriente moralizadora, evangelizadora y civilizadora.  Esto podrá notarse en la organización y promoción de ligas de temperancia, el desarrollo de congregaciones, el trabajo de asistencia médica y educativa, y por la colaboración estrecha entre militares y misioneros estadounidenses (capellanías militares).  El panorama religioso del país fue diversificándose a medida que transcurría el presente siglo.  La libertad de culto Puerto Rico facilitó la expansión del protestantismo misionero y a partir de 1916  el de las iglesias pentecostales.  
Mapa del pluralismo religioso contemporáneo en Puerto Rico
En nuestro país el impacto de la modernidad estadounidense resultó en la construcción de una realidad social y cultural compleja.  En esa realidad la religión ha sido un  factor clave en la construcción identidades sociales y en el desarrollo de relaciones y discursos de poder.  El espacio social esta constituido por un conjunto de sistemas socio-culturales pluralista que se manifiestan a través de instituciones, movimientos y actores religiosos en interrelación. Como fenómeno ese pluralismo es característico de las sociedades modernas.  Debido a que los principios ético-religiosos ya no se manifiestan de forma homogénea o unitaria, sino de manera plural, la persona tiene la posibilidad y libertad de elegir sus principios orientadores de acuerdo a su propio criterio. De ahí que sea posible afirmar que en el espacio religioso del Puerto Rico contemporáneo se aprecia un a amalgama entre perspectivas modernizantes y múltiples fenómenos religiosos de carácter mítico, mágicos y premodernos. 
Algunos factores específicos que han contribuido o contribuyen a acelerar y consolidar este pluralismo son: el movimiento demográfico, la conciencia de la libertad religiosa y de pensamiento, el proceso de diferenciación social y la secularización, entre otros.  En los últimos años ha sido notable la aparición de una gran cantidad de movimientos religiosos.  La oferta religiosas se ha diversificado.  A nivel litúrgico, se pueden encontrar una gran diversidad de estilos de ritos de adoración religiosos.  
Teológicamente hablando, la diversificación ha sido más impresionante.  Se han reconsiderado temas teológicos que en antaño eran fundamentales.    Así nos encontramos con grupos religiosos orientados hacia las comunidades homosexuales, otras con un mensaje hacia luna clase social económicamente adinerada y aquellas dirigidas a figuras de la farándula y personalidades de la política.  
En la Iglesia Católica Romana se manifiesta el crecimiento de prácticas de religiosidad “popular” como el fenómeno del culto a Elenita de Jesús, en la montaña santa, en el pueblo de San Lorenzo y la adoración a la Virgen del Pozo, en el pueblo de Sabana Grande.  A nivel institucional también se experimenta un auge en la asistencia a las parroquias, una mayor atención a los sacramentos en muchos pueblos de la Isla y la multiplicación de grupos de renovación carismática.
 Por otro lado continúan multiplicándose los movimientos y grupos religiosos, especialmente aquellos que no manifiestan un alto grado de complejidad institucional, que crecen en zonas geográficas urbanas y rurales de la sociedad puertorriqueña que la mayoría de sus habitantes viven bajo el nivel de pobreza socioeconómico.  En este campo religioso plural también están presentes un número significativo de practicantes, tanto de las llamadas religiones mundiales monoteístas originadas en la región de Palestina como lo son el Judaísmo y  el Islam, como de religiones orientales como el Budismo y el Hinduismo.

Además de las religiones mundiales también encontramos los llamados nuevos movimientos religiosos.  Si bien es cierto que algunas de estas religiones o cuasi-religiones no buscan ganar adeptos a través del proselitismo religiosos, no es menos cierto que muchas personas han tomado interés en estos nuevos movimientos religiosos e incluso han ingresado a ellas.  Entre estos movimientos se encuentran los conocidos como “Nueva Era”. 

También debemos mencionar el crecimiento constante que han experimentado las religiones afro caribeñas en la sociedad puertorriqueña y el espiritismo folclórico. Muchas personas comienzan a practicar abierta y públicamente estas éstas formas de religiosidad “popular.  Finalmente, aunque a menor escala, se comienza a manifestar un interés por la religiosidad indígena caribeña, especialmente en la zona central de la Isla.  

Autor: Héctor E. López Sierra, Ph.D.

Material Bibliográfico Consultado
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